Loco estará mi padre

22/09/2009
“Son las siete de la mañana”, decía el locutor de LU 20, Radio Chubut, también encendida el domingo; yo caminaba desde el taxi hacia la puerta de mi casa, no tan rápido como quisiera, como mal herida, porque el frío en Trelew  está hecho de miles de cuchillitos que entran y salen de la piel. Con diecisiete años, el dolor se olvida pronto: apenas crucé la puerta mi preocupación más urgente era el hambre después de tantas horas en el boliche. La cocina estaba repleta de facturas: en la mesa, en las sillas, en el piso. Papá las acomodaba en grandes bolsas negras. Dijo: “No podés comer, son para los chicos”- y yo, que tenía las manos todavía entumecidas, me resigné a hacerme dos tostadas. Un poco más tarde, escuché su auto, que esta vez había decidido arrancar; papá iba hacia barrios donde lo recibían con gritos como “¡Siberiano!”, y donde los chicos le “robaban” moneditas que, precavido, había dejado desparramadas en la guantera.

Ocho años después, me mira con sus ojos clarísimos en esa misma cocina. Le pregunto cómo empezó a trabajar en la ACET (Asociación Cooperadoras Escolares de Trelew), y él, enorme, con los brazos y las piernas cruzadas, y esa mirada de expectativa, como un nene en una lección frente al pizarrón que quiere contestar bien, me dice: “Bueno, yo trabajaba en el Banco y vivía en una nube de pedo…Entonces tu mamá me dijo:  Papá, 22 años, y sus ojos claros.
‘por qué no te ocupás un poco de tu hija’, que eras vos, que hacía poco habías empezado el jardín. Y yo fui”. Así, obediente, empezó siendo presidente de la Cooperadora de la Escuela N° 412, mi jardín de infantes, en 1988. Ese fue el comienzo de su actividad social, que sigue relatando: “En el año 1989, la Municipalidad creó un Fondo de Asistencia Educativa, que le otorgaba fondos a las escuelas más necesitadas en base a una asamblea. A raíz de eso, el 6 de mayo de ese año, se creó la ACET, en la que convergían todas las cooperadoras -eran alrededor de sesenta- y que terminó mediando entre el gobierno y los docentes cuando hubo huelgas. Y en 1990, cuando hubo falta de pago del Estado, y entonces muchos problemas en las escuelas, el Consejo Provincial de Educación nos hizo responsables del manejo del programa “Copa de Leche” para 11 mil chicos. Teniendo en cuenta la crisis, los comedores escolares no sólo recibían a los alumnos, sino también a gente mayor que no tenía qué comer”.
En el libro “Chubutazo”, de Bruno Sancci y Mariel Paniquelli, se describe esa crisis del año ’90, durante la gestión del gobernador Néstor Perl, que activó una gran movilización social en Chubut. La hiperinflación que afectaba al país era acompañada, en la provincia, con una drástica reducción de las transferencias por coparticipación desde hacía dos años. Según los autores, el panorama era el siguiente: “estaba suspendido el servicio educativo en las escuelas provinciales, los hospitales públicos se encontraban en una profunda crisis por desabastecimiento de los insumos básicos, el sistema judicial estaba paralizado y el Banco de la Provincia del Chubut en riesgo, por falta de fondos”. En ese contexto, la ACET fue una organización que tuvo “protagonismo central”, ya que “continuamente se encontraba en las mesas de discusión y de debate”. En una nota al pie de página del libro, se consignan los participantes de una importante marcha, que entre otras cosas pedía el juicio político al gobernador: son todas siglas de organizaciones sociales, y en el medio del recuento, aparece papá, Guillermo Koser; él solo. Y pienso que la ACET a veces era solamente su presidente, y a veces era mi casa llena de medialunas, y a veces era mamá, y a veces éramos mi hermana menor y yo, cuando íbamos a la chacra que le había cedido el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) para “realizar actividades productivas, recreativas y educativas” -según cuenta papá en el grabador- y nos subíamos a caballos sin montura y sin riendas,  trepábamos a los árboles, y al lado de ovejas y gallinas tomábamos mate cocido, cosa que nunca, pero nunca, hubiéramos bebido en casa.                                        Pero Guillermo Koser, antes de todo esto, desde los dieciocho años, trabajaba en el Banco Provincia del Chubut. En 1994, el año en que mi hermana Fernanda y yo empezamos a ir a la chacra, a papá lo echaron del trabajo. “Al ver que yo había investigado casos de corrupción, el gobernador Carlos Maestro decide hacerme un ‘retiro voluntario’ a los cuarenta años”, dice. Y entonces empieza una larga explicación en la que menciona, una vez más, los negociados en los que incurrieron funcionarios del Banco, que inclusive estaban mal nombrados (por ejemplo, entre los requisitos para acceder a un cargo figuraba una cantidad de años de residencia en la provincia, y muchos de ellos eran recién llegados de Capital Federal); una explicación técnica que incluye cifras millonarias y causas varias, y que fue casi el sonido ambiente de mi adolescencia. “Trabajando, me notificaron de que me tenía que ir y no lo hice. Entonces me mandaron una carta documento, y yo igual no me retiré. Fui un día a trabajar a mi oficina, y me cambiaron la cerradura”. Recuerdo ese día. Tenía once años. El portarretratos que yo le había hecho en una clase de Plástica, que tenía una foto de nosotros dos, había quedado sobre su escritorio.
“¡Se han robado todo!”, gritaba papá por teléfono, cuando llegaba a casa, cuando me despertaba a la mañana para ir al colegio, por la radio: un sonido ambiente que a veces tenía el volumen muy alto. Según el día, uno podía pensar: “qué barbaridad”, “qué se habrán robado”, o “qué cuernos nos importa, papá, son las siete de la mañana”. Los jueces, los peritos que investigaban las causas, los funcionarios involucrados, los gobernantes, le decían públicamente que estaba loco. Mamá decía que loca, lo que se dice loca, se estaba volviendo ella.
Papá comía a la noche, yo escuchaba que abría paquetes de galletitas. Esperaba el diario, caminaba por la casa, se dormía con la televisión prendida. El ruido de la ansiedad es el del papel celofán de los envoltorios de golosinas, de la radio sonando de fondo en todas las conversaciones, el volumen alto de un programa de chimentos; es del tercer cajón de la mesada de la cocina que se cierra de un golpe –él siempre fue un poco bruto- después del “crik-crik” del ansiolítico que sale del blister. La tensión son los dientes apretados de papá cuando mamá dice “¡Guilleeermo!”, porque vino alguien a casa a pedir trabajo, a contar que tiene un familiar enfermo y/o embarazada; es el bruxismo nocturno de mamá que muchas veces en el día dijo “¡Guilleeermo!”, y él hizo señas de que dijera que no está, o un gesto con una mano que significaba “decile que mañana a la mañana tengo lista la nota”, gesto que ella no supo descifrar. Como ella no sabía cuándo había que decir que estaba y cuándo que no, adoptó una estrategia que consistía en, primero, decir que no. Si el gesto de él indicaba lo contrario, entonces mamá decía: “A ver, esperá, ahí escucho el auto”, a lo que seguía una teatralización de abrir y cerrar la puerta –que significaba que Koser recién llegaba a casa- y entonces sí, él atendía el teléfono.
Porque, según me cuenta hoy, “en base a ese despido, yo seguí trabajando con las organizaciones intermedias”. Y entonces vivir en casa era todo eso: Guillermo sin trabajo recibiendo a gente que venía a pedir trabajo; todos los problemas del mundo, como bolsas de facturas, en la cocina. (“Me van a volver loco”, decía papá, su obesidad como proliferación de la insania; desbordado, parecía que engordar se trataba de que los bordes del cuerpo se hagan más lejanos y así no explotar. Y una no sabía si se refería a los “delincuentes” que vaciaron la provincia, al diariero que llegaba y hacía que nuestra perra Chispa ladrara, o a nosotras mismas, adolescentes casi, y mujeres, para colmo).  La ACET era una organización muy importante en la comunidad a esa altura, pero papá explica que, como sus denuncias habían tocado a allegados al gobernador, “Maestro nunca me atendió. El intendente de Trelew (Gustavo Di Benedetto), tampoco. Solamente nos encontrábamos en los actos. Di Benedetto, a la vez, derogó la ordenanza del Fondo de Asistencia Educativa”.
Una noche, en 1998, Fernanda y yo estábamos mirando televisión. Papá había salido esa mañana por FM Tiempo, que no recibía publicidad oficial como LU 20, para hablar una vez más sobre las denuncias que había hecho ante la Justicia. El teléfono sonaba sin parar, como siempre, y yo no tenía ganas de decir otra vez que no, que Koser no estaba. Le pedí a Fer, que tenía once años, que atendiera. Después de decir “hola”, no habló más: en su cara había un gesto de miedo como si tuviera otra vez cinco años y hubiera visto un borracho –figura horrorosa  para ella, peor que un fantasma en el podio de terrores infantiles-. Sólo después de unos segundos, se puso a llorar. Una voz masculina le había dicho: “Decile a tu viejo que si no se deja de hablar boludeces, lo vamos a hacer cagar”. Al otro día, un titular del diario “El Chubut” decía: “Koser amenazado de muerte”; él me llevó al colegio escuchando la radio, como todas las mañanas.
Parte de la crisis de 1990 se explica por una relación tensa entre el gobierno de Carlos Menem y los gobiernos provinciales. Así, se dejaron de enviar fondos a Chubut, como presión para que el gobernador Perl implementara un “ajuste”, acorde a la política de achicamiento del Estado que se empezaba a llevar adelante desde el gobierno central. Una vez que Perl presentó la renuncia, y asumió en su lugar Fernando Cosentino, las medidas no tuvieron más obstáculos. Según Sancci y Paniquelli, el ajuste “estuvo centrado en la reducción de los costos estatales, reduciendo principalmente los puestos de trabajo y limitando los derechos de protesta de los trabajadores estatales.
Se dictó el decreto N° 1667/90, que determinaba el no pago de haberes ante situaciones de no prestación de servicio. El decreto N° 144/91 disponía la suspensión de juicios contra el Estado y el 145 declaraba en disponibilidad, por razones de servicio, al personal de la Administración Pública Provincial. De este modo se efectivizó en la provincia la temida inestabilidad laboral”.    
Los autores señalan que a partir de la asunción de Cosentino la desmovilización fue casi inmediata, con lo cual los cuestionamientos que se hacían a los funcionarios del Estado por casos de corrupción prácticamente se disolvieron. Sin embargo, fue durante la gestión del radical Maestro, a partir de 1991, cuando tiene lugar una gran cantidad de casos. Uno de ellos fue dado a conocer por una de las denuncias de mi padre: “En el año 1993, yo era gerente de Comercio Exterior en el Banco” –relata- “Ese año, el gobierno de la Provincia del Chubut recibió 430 millones de dólares de acciones de YPF. La Provincia, empezó a tomar créditos en financieras no reconocidas, como ARGENBUR, ARGENBOFIN, a tasas del 18 y 20 por ciento, y del BEAL (Banco Europeo para América Latina) en Montevideo, Uruguay, a tasas tres o cuatro veces mayores que el mercado. Y esos millones de dólares se perdieron. Hoy, la Provincia está endeudada en mil millones de pesos, que no se sabe dónde fueron a parar: hubo negociados, malas ventas”. Se robaron todo.
En la radio, una mañana de 1998, también apareció la voz de mamá. Aldo Álvarez, periodista de FM Tiempo, que nos había venido a ver después de la amenaza que recibió mi hermana, estuvo hablando con ella y la convenció de que saliera al aire a decir todo lo que gritaba en casa. “Ese día, exploté” –me cuenta Soraya, mamá, la maestra que se casó con el loco- “Tu papá no cobraba un peso, y yo, por ley, no podía cobrar las asignaciones familiares, porque le corresponden al marido. Pero a él, no le daban eso, ni teníamos obra social, ni nada. Él no quería cobrar el “retiro voluntario” porque eso suponía cobrar, para toda la vida, el cincuenta por ciento de su sueldo. Esa vez, lo que me hizo estallar fue que fui a sacar plata del cajero y no tenía nada: fue un error del sistema, nada personal conmigo, pero yo no daba más. Hacía poco había fallecido mi mamá (en Río Gallegos) y no pude viajar porque no teníamos dinero”. En esa época, vivíamos de unas vacaciones que papá no se había tomado y de endeudarnos con la tarjeta de crédito del propio Banco, hasta que la cortaron: cuando íbamos al supermercado, recuerdo preguntarle a mis padres si me compraban algo. Entonces papá decía: “Sí, dale, total paga Spagnolo”, que era el presidente del Banco. “A tu papá nadie le daba una respuesta. El gobernador no lo quería recibir. Entonces yo salí a decir que sentía que me había casado con un tarado; cómo podía ser si la comunidad le reconocía tanto. Les dije que eran unos hijos de puta. El día de hoy, tu papá se ríe, pero a mí no me causaba ninguna gracia.” Y ella suspira, otra vez, como cuando Fer y yo éramos chicas: “Ay, en buen quilombo nos metió tu padre…Me vas a decir por qué justo con éste me fui a casar yo. Pero es la vida que te va llevando”.                    Hubo pocas cosas realmente federales en la Argentina; ése es el eterno reclamo de los patagónicos, recibido como un cliché que causa gracia, un pedido de atención de una vieja en un geriátrico. Pero sí hubo por lo menos dos: los alcances de la corrupción y los efectos de las políticas neoliberales de los ’90. El Parque Industrial de Trelew, un parque textil, se fue cerrando a partir de 1996, dada la imposibilidad de competir con importaciones de Corea y otros países de Asia. Había tenido unos 5500 empleados, con lo cual, para una ciudad con poco más de noventa mil habitantes en ese momento, era una gran fuente de trabajo. Por ese entonces, la desocupación empezó a ser un tema central para las organizaciones intermedias. La ACET, además de dedicarse a las escuelas, conseguía ropa, comida, y a la vez, fondos para los operarios cesanteados del Parque. Mario Das Neves, primero como Diputado Nacional y luego como Director General de Aduanas, enviaba dinero a través de la organización educativa. Ante la indiferencia de los funcionarios provinciales, la colaboración de Das Neves tuvo un gran valor para mi padre. “En el año 1997, nosotros empezamos a darle leche pasteurizada del valle a los chicos de las escuelas. El Gobierno de la Provincia no destinó más fondos, por la persecución ideológica de Maestro. Lamentablemente, eso no se pudo hacer más”, dice papá, herido como después de todo un invierno. En 1999, se venció el contrato con el INTA, y las doscientas hectáreas que tenía la ACET quedaron abandonadas.
Mamá decía: “Guillermo no está, Juan, para variar, ¿querés esperarlo un rato?”. Y tomaban mate. Ella le contaba que había que arreglar la luz del living, que no andaba bien, si podía fijarse por favor, porque “imaginate a Koser subido a una silla, se queda electrocutado y el problema va ser: ¿quién lo levanta?”.  Desde los dieciocho años, Juan militó en los gremios, pero cuenta que “en 1996, se terminó el trabajo en la fábrica en la que estaba, entonces entré a militar con los desocupados”. En 1997, hicieron el primer corte de ruta en Chubut, después de formar una Coordinadora de Desocupados. Ahora que Fernanda y yo estudiamos en Buenos Aires, cuando viajamos a Trelew en colectivo, solemos pedirle: “Juan, no nos cortes la Ruta 3”.
Los piquetes se agudizaron en el 2002, luego de la crisis que derivó en la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. Ese año, se formó el Consejo Consultivo de la ciudad de Trelew, del cual Koser fue elegido presidente –y más, tarde, representante de la Región Patagónica ante el Consultivo Nacional, cuyo fin, explicó el diario “Jornada” cuando anunció la noticia, es “la formulación y el debate sobre Políticas Sociales”. “El Consultivo de Trelew –dice papá- tiene veinte miembros, entre los que se encuentran agrupaciones de desempleados (entre ellas, la Coordinadora que integra Juan), sindicatos, agrupaciones de trabajadores no afiliados a sindicatos, organizaciones confesionales, de empresarios y una educativa (la ACET). Se ocupa de supervisar el otorgamiento de los planes Jefes y Jefas de Hogar, pero además, se otorgan créditos para proyectos productivos. A diferencia de otras provincias del país, acá se hace el control de la contraprestación”. Por otra parte, la distribución de los planes se vota de forma asamblearia. Esto no está exento de tensiones.
En julio del mismo año, trescientas personas cortaron la ruta por la que se accede a Trelew, debido a que el Consultivo les negó los 296 puestos de trabajo que exigían. Koser dice: “Se hizo una reunión a la mañana y se votó no darles más planes.  Estaban desde hacía dos días cortando la ruta, y por diecisiete votos a cero, se decidió no otorgárselos. Yo no estaba presente porque estaba haciendo una denuncia contra el Banco en la Justicia”. Los piquetes en la Patagonia pueden ser un suicidio: Juan dice que “aguantan” solamente gracias a la “solidaridad de la gente”. Sobre la ruta, se puede morir de frío, de hambre; se puede morir de oscuridad. “Vos imaginate, Ale, ¡estaban con los chicos ahí, delante de las gomas prendidas! Mirá si un camionero se volvía loco y los pasaba por encima”, dice papá. A la madrugada, Monseñor Gustavo Miatello, un hombre que también integra una organización social, vinculada con la Iglesia, fue a solicitar a los manifestantes que levantaran el corte. Después lo llamó a papá, pidiéndole que interviniera en el Consultivo. Así, éste se volvió a reunir y Koser, a pesar de hablar apurado, como si fuera demasiado ansioso para esperar que las frases se completen o estuviera demasiado preocupado como para fijarse en que las palabras se pronuncien bien, logró convencer al resto de las organizaciones: esta vez, la votación salió favorable al otorgamiento de los planes por diecisiete a uno.
-“Levanté el corte de ruta”, me dijo por teléfono - porque yo estaba en Buenos Aires- con ese tono de voz que es el mismo que usa para hacer reír a los bebés mientras abre los ojos y dice “¡zapatatatá!”; el mismo que usa para decir me que empezó en las Cooperadoras porque mamá lo mandó.
-“¡Ay, papá!” –le dije esa vez, y le digo siempre, porque sé que espera que lo felicite como un chico, porque en algunas oportunidades no estoy del todo de acuerdo, y porque a lo largo del tiempo es la única manera que encontré de contestar su verborragia desprolija.
- “¡Guillemo, dejá a la chica en paz!” – se escuchó la voz de mi madre, que le sacó el teléfono- “Otra vez, te quiere contar lo mismo. Ahora está para arriba, viste cómo es, después queda callado y no sabés qué le pasa”.
Durante la campaña política para las elecciones provinciales que fue en septiembre pasado, papá estuvo “para abajo” varias veces.
Desde el 2004, trabaja en el ISSyS (Instituto de Seguridad Social y Seguros), que es la caja de jubilaciones y obra social de la provincia del Chubut. Fue convocado por el actual gobernador justicialista, Mario Das Neves, que finalmente fue reelecto. Papá era candidato a Concejal por el PROVECH (Proyección Vecinal de Chubut), un partido que se formó para estas elecciones, integrado por referentes de la comunidad –que no pertenecían al Partido Justicialista-  y que apoyaba la candidatura de Das Neves. El objetivo, claro, era conseguir más bancada peronista. “Yo tengo que reconocer que cuando Das Neves era candidato (en la primera elección que ganó, en el 2003), yo era presidente de otro partido político” –papá se refiere al PACH (Partido Acción Chubutense), del que se fue peleado con la dirigencia. Ante su candidatura, el diario tituló, a partir de una frase del actual presidente de ese partido, Carlos Clarke: “Comparan a Koser con Borocotó”, en alusión al hecho de que el diputado Lorenzo Borocotó, elegido por el PRO, se fue al partido oficial, Frente para la Victoria. “Pá, ¿te borocoteaste?” –la frase no le pareció graciosa en esos días, él que es capaz de llamarme un domingo a la mañana sólo para hacerme un chiste.
El PROVECH sacó más del 12% de los votos, posicionándose como segunda fuerza después del PJ. Entonces, a los días previos a la votación, que fueron “para abajo” por las presiones a las que papá se veía sometido, siguió una nueva euforia. “Saqué casi 8 mil votos”, dice por teléfono: el “zapatatatá” como tono de voz; a pesar de LU 20 de fondo, que empezó a acusarlo de que probablemente no va a asumir; y a pesar de mamá, que repite: “después de esto, me van a tener que internar”. Fernanda y yo, decimos “¡ay papá!”, mil quinientos kilómetros lejos de la ciudad donde después de pronunciar nuestro nombre nos preguntan: “¿vos sos la nena de Koser?”. Porque papá habla con todos y habla de nosotras –“una va ser abogada, la otra periodista”-, pero cuando lo hace quizás piensa todavía en dos nenas que dejó en la chacra de la ACET y que cuando pasó a buscarlas, a la nochecita, le hicieron gritar “¡me van a vover loco!”, porque salieron a recibirlo a caballo y sin riendas.
Nota: trabajo efectuado para la carrera de periodismo de la UBA por María Alejandra Koser - Año 2007